Si hay algo que los gatos se toman en serio, aparte de dormir en cualquier lugar inapropiado o tumbar todo lo que tengas en la mesa, es su ritual de limpieza. Ellos no necesitan ni ducha, ni champú de aloe vera, ni acondicionador de vainilla, ¡ni siquiera una toalla! Para un gato, todo lo que necesitan para estar radiantes es su lengua áspera y su determinación infinita.
Los gatos se lamen porque son fanáticos del orden y la higiene. Mientras tú puedes estar perfectamente feliz con el pelo despeinado y una camiseta con manchas de salsa, el gato está a otro nivel. Lo suyo es pura vanidad felina. Ese pelaje suave, brillante y perfecto no se mantiene solo, ¿verdad? Ellos lo saben. Por eso, dedican horas y horas cada día a lamerse, ¡como si fueran estrellas de cine preparándose para la alfombra roja!
Pero ¿por qué tanta obsesión? La respuesta es simple: son perfeccionistas. Cada lametón es una pequeña pincelada en su lienzo de pelo. Además de mantenerse limpios, se aseguran de que su pelaje esté perfectamente distribuido. Nada de mechones fuera de lugar, ¡eso sería un desastre! Cualquier parte del cuerpo que alcance la lengua del gato, será lamida hasta alcanzar la gloria.
Y hablando de esa lengua... ¿te has preguntado por qué es tan áspera? Parece que tu gato lleva un rallador de queso en la boca, pero es un diseño de la naturaleza. Esa textura rugosa ayuda a desenredar nudos, quitar la suciedad y hasta distribuir aceites naturales que dejan su pelaje tan suave que parece un peluche carísimo de tienda de lujo.
Pero no creas que es solo por vanidad. Lamerse también les ayuda a relajarse. “¿Me ha estresado un perro que he visto por la ventana? Pues me lamo la pata. ¿Me ha tensionado una mosca a la que no he podido dar caza? Pues me lamo el lomo”. Es su manera de decir: "¡Tranquilo, yo tengo esto bajo control!"
Eso sí, como todo buen perfeccionista, a veces exageran un poco. Si pudieran, probablemente se comprarían un espejo para admirarse mejor mientras se lamen. Pero por ahora, les basta con nuestras caras de asombro al ver cómo, después de todo ese trabajo, quedan suaves, brillantes y listos para... volver a dormir otra siesta.
Y es que ser un gato tan guapo es un trabajo duro, ¡pero alguien tiene que hacerlo!
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